viernes, 4 de febrero de 2011

París

París ten o dubidoso logro de ser esa cidade que adoro e odio a partes case iguais. Tan branca, tan etérea, tan (ás veces) irreal. Como muda testemuña do miserable que pode ser a vida nunha cidade nova, sen coñecer a ninguén e, á vez, chea de oportunidades, vida e sorpresas interesantes. Pero muda, ao fin e ao cabo, e iso non llo perdoo, que entre Arc de Triomphe e Châtelet a vida pase, e eu sen enterarme, entre tanto monumento.
Será que me gusta a soidade, que cando estou no medio da multitude que non parece ter nada mellor que facer que entregarse ao consumismo desaforado (si, padre, he pecado) sinto que se ralentiza todo ao meu arredor como nunha película -mala- de amor, pero o mellor momento son os paseos ás 8 da mañá (camiño á facultade, que tola, de momento, non estou), cruzando o Louvre, o Sena e meténdome no corazón de Saint-Germain por esas ruelas que se cruzan e entrecruzan.
Porque, ao fin e ao cabo, así transcorre a miña vida, entre Saint-Germain e Grande Armée, que de vela, é, das doce puntas, a miña preferida, cos seus concesionarios de luxo e tendas de motos, todo grâce ao meu amor pola velocidade.
Entre a Torre Eiffel e Opera.
Concorde e Châtelet.
A Saint-Germain a estudiar, a Grande Armée a descansar, a Torre Eiffel a pasear (en realidade a ver aos ARTISTAS bailar), a Opera a Lafayette(ar) e de Concorde a Châtelet para comprar (pola Rue de Rivoli que é do mellor-mellor que hai en París).
Pero espero que chegue pronto o printemps (non o centro comercial, diso hai un à côté das Lafayette, a estación, enténdese) porque en inverno fai un frío de...
P.D: e a Torre Eiffel non se ve dende todas as ventás, iso é desas cousas que soamente pasan nas películas americanas.








París tiene el dudoso logro de ser esa ciudad que adoro y odio a partes casi iguales. Tan blanca, tan etérea, tan (a veces) irreal. Como mudo testigo de lo miserable que puede ser la vida en una ciudad nueva, sin conocer a nadie y, a la vez, llena de oportunidades, vida y sorpresas interesantes. Pero muda, al fin y al cabo, y eso no se lo perdono, que entre Arc de Triomphe y Châtelet la vida pase, y yo sin enterarme, entre tanto monumento.
Será que me gusta la soledad, que cuando estoy en medio de la multitud que no parece tener nada mejor que hacer que entregarse al consumismo desaforado (si, padre, he pecado) siento que se ralentiza todo a mi alrededor como en una película -mala- de amor, pero el mejor momento son los paseos a las 8 de la mañana (camino de la facultad, loca, de momento, no lo estoy), cruzando el Louvre, el Sena y metiéndome en el corazón de Saint-Germain por esas callejuelas que se cruzan y entrecruzan. 
Porque, al fin y al cabo, así transcurre mi vida, entre Saint-Germain y Grande Armée, que de verla, es, de las doce puntas, mi preferida, con sus concesionarios de lujo y tiendas de motos, todo grâce a mi amor por la velocidad.
Entre la Torre Eiffel y Opera.
Concorde y Châtelet.
A Saint-Germain a estudiar, a Grande Armée a descansar, a Torre Eiffel a pasear (en realidad a ver a los ARTISTAS bailar), a Opera a Lafayette(ar) y de Concorde a Châtelet para comprar (por la Rue de Rivoli que es de lo mejor-mejor que hay en París).
Pero espero que chegue pronto el printemps (no el centro comercial, de eso hay uno à côté de las Lafayette, la estación, se entiende) porque en invierno hace un frío de...
P.D: y la Torre Eiffel no se ve desde todas las ventanas, eso es de esas cosas que solamente pasan en las películas americanas.

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